sábado, 2 de agosto de 2008

Flitz


No es una mañana cualquiera. Hoy toca cortar el césped. ¡Maldita hierba verde con lo buena que está fumada!, se dijo en una autoconfesión el jardinero Flitz que no debía tener más de 25 años ante aquella puerta blanca. Pese a que su profesión le venía desde su bisabuelo, no terminaba de disfrutar con aquellas ocupaciones, casi todas, centradas en arreglar los jardines de Kens Avenue, una de las grandes manzanas doradas de la ciudad.
El número 69 pertenecía a la rica familia James-Covern. Flitz, tocó el timbre a la espera de que la puerta se abriera. Sin embargo, nada pasó. Sacó de su bolsillo la lista y sí, estaba seguro, hoy era la casa número 69. Decidido a que nadie le pudiera imputar una falta de profesionalidad o retraso en su tarea, recorrió la casa por la parte exterior del jardín. Al oír un cuchilleo, tras unas tablas blancas, decidió asomarse.
A la mañana siguiente todos los medios locales hablaban del asesinato del jardinero Flitz. Los primeros datos según la policía es que su recto había explotado por albergar una cantidad ingente de agua. En el cesped se halló una nota manuscrita de la Sra James-Covern que decía: ¿Me riegas?
Autor: Nin@delapuerta
www.fernandortega.com

viernes, 1 de agosto de 2008

Océanos


Miradas agudas de gaviota,

faz infinita recluida entre las sedas de un cálido velo azul.

Océanos:

donde la boca del pez semeja un trozo de burbuja

buscando los secretos íntimos del aire;

en donde la ternura procede de la caricia larga de unos dedos oblicuos

que brotan en el borde de las algas.

Mares hilvanados entre la sal de un tiempo sin nombre

y las anaranjadas dudas del ocaso;

cementerios de conchas y de nácares,

círculos de luz en el fondo más secreto de los días del abismo.

Océanos: trozos de manos llorando desencuentros…


Autora: Lola Bertrand

Llueve






Las sombras me tejen,
como una cuenta de cristal,
como agua petrificada,
al crepúsculo de todos los dioses.

Llueve.

Gotea el amor desde mis ojos
al fondo oscuro de las desilusiones.
Búsqueda inútil del forense
disecando mis neuronas encriptadas
como meninges expuestas a todas las infecciones estelares.

Llueve.

Resbala tu silencio en la ausencia diaria
mientras te percibo en cada centímetro
de mi entorno, salvo en mi, cuenco vacío,
crisol helado de sangre nueva.

Llueve,
y el nuevo mar que nos separa
consume hora a hora las arenas.




Autora: Luci Garcés


Diciembre 2007


http://blogs. tsrsys.com/ blogs/?w= letraslibres


http://blogs.lavozdegalicia.es/lucigarces/

Espacios




Existe siempre un espacio en la memoria...:


Salías del baño, húmedo tu pelo


,mirabas al suelo, sonreías.


Dijiste no sé qué.




(El cigarro sabía a absintio, pero era necesario).




La cama al fondo, oferente de todo, abierta su boca blanca, virgen.


Al sentarte, un tirante caído alboreó tu pecho sobre la seda negra,


te cubriste.




Mi mano rehilaba sobre tu mejilla.




Arregazaste la transparencia que cubría tu piel de fuego y nieve.


Los dedos fueron a encontrarse con la noche...




Hoy, la vida acaba conmigo


de forma milimétrica y exacta,


ayudada por el tiempo


y por la misma noche envejecida.






Autor: Luis A.

En el puente solo estamos...


«Sur le pont, il n'y a que moi et mon enfant:
Robe fanée, faibles épaules, visage blanc.
Un bouquet dans les mains».
(En el puente solo estamos yo y mi niña:
Vestido desteñido, hombros endebles, rostro blanco.
Un ramo de flores en las manos).
Oscar Wladislas
...........................
En el puente solo estamos
tú y yo,
y los eclipses furtivos del agua
donde el críptico lenguaje de los besos es un milagro
que se prolonga en tus labios.
Je t'aime, nos pas le disent,
nuestros pasos, se anteponen al tiempo,
a la memoria dormida de los siglos,
a la agrietada mirada de los árboles
que deja sus tumores de sal eterna
en las estatuas y en las piedras.
Solo estamos…
cada una de nuestras miradas es un descubrimiento
con sus noches de alfabetos y palabras,
como si no existiese cobijo para el invierno
derraman su delicada sangre en el filo húmedo del aire.
Porque ya no conservamos nada
de los silencios que nos vistieron.
Cae la lluvia sobre los puentes de París:
Pont de l'Alma, Pont de Bercy, Pont Notre-Dame,
Petit-Pont, Pont Marie, Pont Mirabeau…
y no hay otro color sino el tuyo en la lluvia
llamando insistentemente a los fantasmas
que en el eco desdoblado de las estatuas y las piedras
siguen buscando caricias.
Tout dans tu j'es,
todos mis caminos van a ti
para unir geografías de agua y tierra.
En el puente solo estamos,
tú y yo…
interrumpiendo el sueño helado de los parques
donde llegan barcos sin memoria y sin olvido
a desnudar sus tristezas,
aceras que enredan luciérnagas en tu pelo,
farolas que dejan puntadas de luz en el corazón.
Porque tu amor es otro río,
parce que ton amour est une autre rivière,
parce que je veux mourir en étant une eau, une rivière entre tes mains.


Je t'aime, nos pas le disent (te amo, lo dicen nuestros pasos).
Tout dans tu j'es (todo en mí eres tú).
Parce que ton amour est une autre rivière (porque tu amor es otro río).
Parce que je veux mourir en étant une eau, une rivière entre tes mains (porque quiero morir siendo agua, un río entre tus manos).


© TRÁNSITOS Y GEOGRAFÍAS
Autor: Francisco Javier Silva
http: //francisco javiersilvasanchez.blogspot.com

Esa lluvia se traga la luz del día


Llueve. Hoy llueve y esa lluvia se traga la luz del día. En algún lugar se encuentra escondido un trozo de azul. Tengo las uñas rotas de tanto escarbar entre las nubes. Son pozos de algodones grises que parecen no tener nunca fin.

Llueve, hoy llueve.

Parsimoniosa y lúgubre, la lluvia habla sin pausa con el cristal: lo atonta, lo enloquece, llena de vaho sus ojos de mirar al mundo. Cada gota es un ayer que resbala en la lámina pulida de los días. La sangre se me va convirtiendo en agua dentro de las arterias, circula libre por mi cuerpo sin que yo ponga freno a su avance. El frío entumece las articulaciones. La faz se repuebla con miles de surcos por donde la lluvia se cuela y forma cauce.

Llueve, hoy llueve y el tiempo esta cubierto de humedad.El goteo, continuo, casi inhumano, consigue apagar la lumbre. Las brasas que, noche tras noche, iluminaban la oscuridad, se han convertido en un pequeño montón de cenizas. Siento cada uno de mis huesos como si fueran garfios incrustados en la carne. El aire huele a cadaverina. Se asfixia la voz estrangulada por su propio silencio.

Llueve. Llueve de una manera persistente y continua. Más bien diluvia. Mis oídos no lo resisten. No son capaces de soportar la monótona ausencia de cualquier otro sonido. Los ojos y la boca se rellenan de dolor: un dolor sin tacto ni forma. Mi sombra forma charcos.

Charcos amorfos que se tragan la luz. Sobre la pared pinto una estrella con mi nombre. Debajo enciendo miles de minúsculas velitas. Me tiendo en el suelo y cierro los ojos…¡Por fin hay paz y calor en mi entorno!

Desde lejos, creo soñar que la lluvia arrecia… ¿o son lágrimas?


Autora: Lola Bertrand

Aluvión zoológico



"Érase una caverna de agua sombría el cielo;

el trueno, a la distancia, rodaba su peñón…" (1)


Playa Varesse, una de las playas más populares de Mar del Plata, a la que suelen concurrir los veraneantes de clase jamón del medio,mezclados con los habitantes de los hoteles sindicales, parecía ungigantesca pingüinera esa tarde de enero. Solo que los pingüinos llevaban mallas (bañadores para los amigos peninsulares), en vez de fracs plumosos. Y protegían sus cuerpos del sol sin ozono, con coloridas, livianas y volátiles sombrillas chinas. Muchos disfrutaban de un baño en nuestras heladas aguas y muchos más, en abigarrado conjunto, se dedicaban a la manducación; por lo genera debo decir que estas aves se alimentaban de medias lunas y churros rellenos con dulce de leche y sorbían mate de bombilla, ya que es sabido que esa es la bebida favorita por estas pampeanas playas. De pronto, se oscureció el cielo, y un viento distinto barrió la arena.

Los bañeros recorrieron la playa e instaron a los pingüinos, que persistían en la mateada vespertina, a arriar petates y bártulos porque en buen criollo: "se veía venir un aguacero".

Hubo pingüinos resignados, diligentes y perezosos, pero hasta los más rezagados optaron por emprender la retirada.

..............


"Como caliente polen exhaló el campo seco

un relente de trébol lo que empezó a llover…"


Los pingüinos se convirtieron en termitas. La enorme playa, vista desde el murallón, era recorrida por un ejército unidireccional que caminaba, acompasado y a buen ritmo, provocando en el espectador lavisión del ejército persa en las Termópilas. Diríamos en este caso,que las Termópilas eran la salida del balneario, que, por estrecha, obligaba a achicar filas mientras se escuchaba un murmullo cada vez más potente: "Se viene, ¡ay que se viene…!" Y los mismos que, diez minutos atrás, se remojaban con gusto en las aguas procelosas, ahora pugnaban por atravesar la puerta para evitar el diluvio sin importarles demasiado si el vecino cargaba con tres niños, el termo, la heladerita portátil, o la suegra.

..............

"Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;

sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal…"


El rayo fue el último aviso. El desfiladero, que une la playa con el Torreón del Monje, se transformó en pista de trote. Al ídem unidireccional marcharon las ex termitas para ponerse a cubierto

............


"Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto

que plantaba sus líquidas varillas al trasluz…"


De ahí en más: la estampida. Los búfalos avasallaron los kioscosplayeros y todo objeto que se opusiera a su paso. Se abrieron las sombrillas chinas, y más de un ojo estuvo a punto de salir de la órbita correspondiente, atravesado por una varilla fuera de sitio

............


"Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,

descolgó del tejado sonoro caracol…"


La manada avanzó, atroz, por el Boulevard Peralta Ramos con un único objetivo: no mojarse las mojadas mallas y los mojados pelos, ya que parece que a los veraneantes no les sienta igual el agua que ya está en el mar, que la que cae del cielo

.............


"Cristalina delicia del trino del jilguero.

Delicia serenísima de la tarde feliz."


Los búfalos devinieron en mansas vaquitas apenas dejó de llover. La Rambla entre el Casino y el Hotel Provincial (una plaza seca, embaldosada y absolutamente ridícula para hacer un picnic) fue la llanura donde volvieron a aposentarse. Termos y vituallas brotaron de los bolsos. Evidentemente, reinó la pereza para desandar el camino y volver a la playa, pero nadie quiso encerrarse, en pleno veraneo, en el pequeño departamento o en la minúscula habitación del hotel sindical. Sin duda, el anhelo de felicidad es inherente a todas las especies, incluidos los demasiado humanos veraneantes de mi amada Mar del Plata.



Autora: Cati Cobas

4 de marzo de 2005

(1) Nota: Los entrecomillados pertenecen al "Salmo Pluvial" de LeopoldoLugones

Agua de olvido


Aquí.
Entre sus aguas trepa un relámpago que nace en las entrañas del lago. El salto de agua se agita. A su vera, gotas que se cuelgan en los juncos de la orilla, forman jardines de luz.
Qué desierto de nubes. La lluvia gozosa duerme en su refugio de otoño.
Llora el lago, y es azul su rostro, cuando la Vieja Luna le consuela. Tras la lluvia de brillos irisados, como tus besos sobre mis labios trémulos, brota con fuerza la lascivia de los campos sembrados de mies.

Allí.
Estar lejos de tu lado, cambia la forma de mis recuerdos como las olas del mar sobre la playa. ¿Sabes por qué? Porque ya no me sientes. Oigo el son de tu indiferencia entre las piedras de un acantilado huérfano. Todo está más triste. Las gaviotas picotean los restos hediondos de la alegría de estar juntos. Minutos de soledad, que mueren en la orilla soñada, y la marea se lleva los cadáveres a las profundidades de un tenebroso mar.

Ahora.
En vano intento caminar sobre la arena. Todo está oscuro. Solo un poco de luz tiembla a lo lejos, en el límite que separa el mar del cielo, es, que creas en la sinceridad de mis palabras de amor.

Aún.
No he apagado la esperanza.

Aquí, allí, ahora, aun.
¿Es posible que sean mentira tus besos? ¿Qué no fue realidad que mis manos pulsaran tu cintura, piernas y las más sutiles partes de tu cuerpo, aquel verano en las islas del mar Egeo?

Acá.
Todo parece disperso. Estoy triste.

Actualmente.
¿Condenado al olvido, como la marea que besó nuestros cuerpos desnudos aquella noche de plenilunio, y no regresó nunca más?

Autor: Atho de Jazaria

sábado, 26 de julio de 2008

Calles, callejas, charcos


Cuando voy por tu calle,
la de las caras limpias
la de los trajes nuevos
de las manos blancas
la de TodoEsDiscreto…
me llamo CaraSucia
HarapientaAndrajosa
ManosNegrasSinGracia
BocaUsadaMilVeces…

Y paso de puntillas
sin levantar los ojos
del suelo embaldosado
recién lavado. Seco.

Algunas tardes llueve
entre nuestras distancias.

El agua y la tormenta
me baldean el rostro
me humedecen las manos.
Los charcos me devuelven
una piel rescatada
y tengo la osadía
de levantar los ojos
a la altura de un beso
que cuelga irresoluto

Pienso
que las caras brillantes
y que los trajes nuevos
y que las manos blancas
y que los labios puros
son sombras en el sol,
lo mismo que espejismos,
como mentiras secas
en medio de humedades
que vuelan redentoras.

Veo
Son puras mercancías
con sus cuentas flamantes
dadivosas de hastíos
pero con precio fijo
lo mismo que el carbón o las patatas.

La niña piconera
se tiznará sus manos.
A los que compran tiznes,
a veces, casi siempre,
se les manchan la cara
con el roce del polvo
adulador.

Yo
conozco calles
de caras desnudas
de cuerpos vestidos
en dulce saliva
de manos labriegas
de tierra sin sed
de agua abundante
de sol en los charcos
gritando ArcosIris...

Calle Irún 1973


Autora: Gaviola

Tormenta



Llueve.

Por el alerón desgajado rebota

un arroyuelo de agua cantarina.

Arrullos de palomas ensordecen

el clín clan de las gotas sobre las tejas,

como si temblase el tamborileo

de las palmas húmedas de ángeles

escapados de cielos eternamente azules,

y demonios sudorosos libres

de sus avernos personales.


Llueve.

Delicado sollozo de nubes coloreando

en dieciséis maticesde gris,

el plomo de mis ideas.

Algodón convertido en catarata,

rasgado por rayos y centellas,

que atruenan cercanas lejanías.


Llueve.

Y mi corazón, amor, se desborda.


Autora: Luci Garcés

viernes, 25 de julio de 2008

El agua es ausencia de ambos


Gime el día en cuadrantes oscuros

cuando humean las almas calcinadas

por fatuos fuegos radiactivos.


Te miro.

Desconsolada, la noche amplía su espectro

y busca con ahínco el radar de los murciélagos.


Te beso.

La piel se ampolla por la lluvia envenenada,

goteo impiadoso de lágrimas sulfuradas.


Te toco.

Se desmorona tu carne convertida en ceniza,

en pan de hambriento, migajas humanas.


Te imagino.

Risas cantarinas como el agua que golpea el cristal,

murmullos del líquido que desciende por el canalón.

Y sigues ausente.


Autora: Luci Garcés

La huella de tu cuerpo




Sepulté la huella de tu cuerpo,


en un cobijo profundo de mi playa;


imploré al mar que lo esparciera,


desvaneciendo con ello mi agonía.




Ahora ya estás ahí, en lo profundo,


cristalizada


en sal, agua y espuma;


alcanzo a percibirtu risa en cada ola,


y en cada gota de mar


distingo tus llantos submarinos.




Regresarás a mí


con cada primavera,


-en un ritual de amor pactado-,


inundaré de rosas tu cuerpo de agua,


soñándote cubierta de corales,


con algas trenzadas en el pelo...




Recobraré tu ausencia,


tu voz me beberé en una caracola,


el infinito azul atrapará tus ojos,


y volverás a mí con las mareas


destellando la luna en tu cuerpo de cristales...




Autora: Lola Bertrand

Una cita con el mar


Don Cruz, el pescador tuerto, asegura que el viejo Juancho no vio venir a la muerte. Sin embargo, rascándose la crecida barba, vacilante, comenta: "A lo mejor le dio tiempo de verle la cara..."

Relata que la tarascada del mar fue brutal; más brutal que el coletazo de la tintorera que le dejó el ojo colgando de una cuenca vacía. Que primero se escuchó una terrible explosión y después la cresta de una ola colosal barrió la atalaya de Juancho. La marejada se levantó tan violenta como en días de huracán. Con furia se llevó los despojos del infeliz y los enterró en sus abismos. Jamás los devolvió.

En las cantinas del pueblo se dice que el mar se lo tragó como la anaconda se traga un venado; por eso sus restos nunca volverán a ver la luz del sol. "De que vino por él, vino; de eso ni duda cabe. Afortunado, el viejo. ¿Por qué? Porque tuvo defunción fulminante. Un marrazo ¡y ya está! Sí, el mar le trató bien. A otros, en cambio, les atormenta hasta exprimirles la razón"...

Don Cruz, con el pitillo de hoja aprisionado entre los dientes quebrados y amarillentos, confirma: "¡Envidia de muerte! Así, hasta se disfruta. ¡Qué chula forma de irse! Ni la esperas ni te enteras; no hay dolor ni sufrimiento. No hay agonía; ni para ti ni para los tuyos. Rápido, sin aviso. Cuando un soplido apaga la vela, así se apagó la vida de Juancho. Tras el apagón, silencio para su alma, resignación para los deudos. ¿No te gustaría morirte así?

En su diario narrar, el pescador refiere que el hoy occiso todas las mañanas amanecía de pie en la punta del rompeolas. Ahí, sereno, se estaba el día entero refrescándose con la cascada de espuma blanca que se elevaba a las alturas, luego de que la cresta se estrellaba en la barrera rocosa. Sí, ahí se estaba, empapado hasta los huesos, viendo el horizonte, como embarcando los pensamientos. De frente al oleaje, contaba una a una las marejadas hasta descubrir la grande. Entonces levantaba el rostro al cielo, abría los brazos en cruz y se abandonaba al torrente de agua salada. Así, todas las horas, todos los días, surtidor tras surtidor de olas que se disolvían buscando su presa y él buscando disolver sus tormentos...

Con extrañeza hace confesión de que nadie supo de dónde vino Juancho. Si arrastraba pasado o amores enterrados. Si le dolían las pasiones o las ahogaba como un náufrago ahoga los rencores. Nunca nadie conoció de sus ayeres. De pronto llegó como un perro sarnoso: con hambre de condena y sed de aguardiente. En sus borracheras se presentía como hombre de mar, pero jamás empuñó timón ni levantó vela. Él y su exilio, en el rompeolas, enfrentaban a sus fantasmas. Después, en los andares por panteones y prostíbulos, repetía como rueda de molino: "El mar es el mejor confidente porque sabe escuchar sin traicionar".

Ante el misterio, le colgaron un rosario de leyendas a su deshilachada figura. Pero de que traía la muerte cosida a su cuerpo, la traía. Las comadres del mercado aventuraban: "Quien hace amistad con él, al ratito se muere; debe traer el diablo enredado en las tripas". Y quizás sí. Por eso se volvió peregrino sin rumbo, cargando un camposanto a cuestas; padres, tíos, primos, hermanos, amigos y hasta la amada esposa, a lo mejor le reclamaban la vida. ¿Y si no, por qué tanta sufrida penitencia?

Además, ¿de dónde sacaba las monedas para tanto alcohol? Otro entresijo sin respuesta, pero que espantaba. No mendingaba y menos aún trabajaba. ¿Entonces..? Ahí, frente a la botella, no hablaba, sólo se tambaleaba como un péndulo perpetuo.

-¿Cómo imaginarlo? –recuerda don Cruz, mientras que sus manos callosas remiendan los agotados chinchorros–. Tan sólo allá se le veía sonriente y tranquilo. Disfrutando el embrujo de la vida; desatando las memorias prisioneras, liberando los sentimientos contenidos, hundiendo las nostalgias dolorosas. De pronto se distrajo. ¿Un instante? Qué digo, ¡menos! Fue tarde. Desde aquí, todos vimos al mar abrir su mortaja ¡Espantosa la profundidad de sus entrañas! Y él ni en cuenta. Entonces, el monstruo se levantó, golpeó y de una cuchillada barrió el rompeolas. El pobre hombre desapareció..No hubo misa de muertos; menos velatorio o funeral. ¿Con qué cuerpo, pues? Sólo don Cruz arrojó un puñado de gladiolos blancos en la atalaya del vagabundo. Después, en la casa de la víctima se encontró una carta. Estaba fechada días atrás. Elena, la prima del edil, la leyó, porque era la única que tenía el abecedario en la boca. Y todos escuchando, al fin comprendieron al finado.

De puño y letra, escribió:"Tengo una cita contigo mar, pero en mi agenda todavía no hay fecha escrita...

Nos conocemos hace mucho tiempo. Desde el primer encuentro golpeaste mi asombro. Aquella tarde de cielo encapotado y pertinaz aguacero, atrapaste mi corazón guerrero y me invitaste a desafiar tu gran poder. A partir de entonces, un fragor embriagante, una batalla interminable se desató en mi vida: una y mil veces romper tus olas, montar tus crestas, resistir tus resacas. ¡Por Dios, cuánta conmoción! ¡Cuánto rebullir acumulado!

Y tú mar, tolerante, por largo tiempo consentiste mi juvenil frenesí. Largos años fuiste rey noble regalándome mareas y mareas de placer. Sin embargo, el tiempo se agota. ¿Cómo encararte hoy como ayer, cuando ya arrastro un cuerpo cansado y tanta tortura almacenada? Mi insensatez de comportarme joven cuando ya soy viejo, dos veces has perdonado. La primera, mi soberbia castigando; la segunda, mi estupidez ahogando.

En ambas ocasiones, me devolviste la vida. ¿Por qué? ¿Por la paz que calma mi delirio, al ser testigo mudo de tu inmensa majestad? ¿Por la inexpresable emoción que disfruto al ser atropellado por tu fuerza arrolladora? ¿Por el endiablado miedo que experimento al sumergirme bajo tus rugientes avalanchas de agua? ¿Por el bienestar que me invade horadar tu reino? ¿Es por ello que me has indultado?

Tras cada advertencia, huía; te evadía refugiándome tierra adentro. Lejos de tus costas no podías descubrir mis miedos; ni tampoco saber de mis vigilias con la sombra de la muerte velándome. Imposible, pues, regresar sin provocarte, porque sin avivar mi ansiedad, tú no serías mar. Absurdo, pues, dar albergue a la indiferencia.

¡Sea! Porque te conozco y me conozco, posponía el nuevo encuentro.Ahora querido amigo, mi único amigo, sin pretenderlo siquiera, he arribado a tus playas para quedarme a tu lado; un día tras otro; un mes tras otro mes; un año y quizá otro también. ¿Puedes creerlo? ¿Puedes creer que tu brisa todavía consuela mi soledad y alimenta mi espíritu?

Ayer me refresqué en el azul pálido de tus aguas. No quise despertarte ni incitarte. Te temo y te respeto; no más juegos ni desafíos ni necias temeridades. Concédeme una tregua para proseguir abismándome, con humildad, en tu seno. Ya soy hombre grande. Quizá me resta poco respiro; déjame agotarlo contigo.

Sin embargo, no olvido que tenemos una cita. La tercera vez será la vencida; no perdonarás. Los dos lo sabemos, ¿no es cierto? Mientras, no te impacientes mar. Aguarda un poco más; no me arrebates la dicha nueva de contemplarte en cada naciente amanecer, porque me decisión final de anidar en ti, ya está tomada".

No había firma al calce. Quizá la huella de una lágrima...

Don Cruz se arranca el parche de pirata y se rasca la cuenca reseca. Desconsolado, prende un pitillo más. De la bolsa del pantalón saca la carta marchita. Guarda silencio; suspira, la mira y la juega con sus dedos llagados. Después, renegando, concluye: "¡Ay Juancho, bien sabías que el mar no conoce de agendas!"


Autor: José Dávila Arellano

Agua



Agua
ingenua pecadora
impenitente, obscena ondulación
sirena de cadera sinuosa
que yace cual doncella resabiada
sobre un lecho de arenas movedizas
en el que me sumerjo sin cautelas…

Agua
mercurio derramado
del inútil termómetro
que atónito calcula destemplanzas
sobre un cuerpo apremiante acostumbrado
a dejarse llevar por la pasión
de un tozudo oleaje que no cesa.

Agua
pozo insondable
abismo sin brocal
sima donde vaciarse lentamente
pez líquido de escamas en reflujo
que nada a la deriva sin saberlo.

Agua
sed redentora
entrega.

Autora: Gaviola en Marineda. En un 18 de Julio de 2008.

Mover olas


No se encontraba el viento con sus fuerzas de siempre,

ni aventar hojas secas podía y menos

mover olas.


No conseguía el aire ceñir al muslo encajes de polleras,

ni orear blusas blancas podía y menos

mover olas.


No había ánimo en el mar oscuro para airear espumas,

ni rozar a las rocas podía y menos

mover olas.


No estaba el alma preparada para plegarias y jaculatorias,

ni sacar el aliento de la boca podía y menos

mover olas.


No permitía el cieno negro de los hombres el vuelo del albatros,

ni agitar sólo una de sus plumas podía y menos

mover olas.


Sólo el silencio oscuro de los fondos en sombras,

sólo la sucia y pestilente muerte de las aguas,

sólo del pescador la lágrima indomable,

sólo la rebeldía indócil,

sólo un amanecer, podría

mover olas.
Autor: Luis Alcocer

La loca


Me llamo Marina, pero todos me dicen "la loca". He olvidado cuantos años tengo, aunque vago entre los treinta y los setenta, dando tumbos, unos días para un lado de la cuerda y otros para el contrario.Vivo en un puerto de mar, y todos los días, sea invierno o verano, bajo a la playa y me acerco hasta la orilla del mar.

¿Qué hago?: lanzo un mensaje, ¡todos los días lanzo un mensaje al mar!

La verdad es que el mar me fascina. Una vez, hace mucho tiempo, escuché -o tal vez fue ayer y ya no lo recuerdo- lo cierto es que escuché que al mar van a parar las penas, alegrías, lágrimas, amores, sueños, y desengaños... de todos los seres humanos.

Aquello me dejó confusa y pensé: los míos se pierden, pues yo no los lanzo al mar.

Desde aquel día voy todas las mañanas a la playa, y, escrito en un papel, pongo todo lo que pienso; a veces es un poema, otras un relato, las más un ruego, en algunas ocasiones un sueño.

El mar nunca protesta, siempre acoge amablemente todo aquello que le mando y, yo, me siento feliz llegando con mis pies descalzos hasta el pequeño borde de espuma que deja la ola al retirarse.

Durante muchos otoños, y primaveras, han pisado mis pies esa hermosa y dorada arena de mi playa; muchos mensajes y sueños ha guardado mi mar; pero nunca, nunca me había ocurrido lo que me ocurrió esta mañana.

Serían las nueve, bajo tempranito para no molestar, y en cuanto la divisé, ya desde lejos, me percaté de que algo inusual le había ocurrido a mi querida playa: ¡estaba toda nevada!En todos los años de mi vida, no sé si treinta o setenta, habían visto mis ojos algo parecido.

Me quité los zapatos, como todos los días, y con los pies helados comencé a caminar hasta el borde, allí donde las olas dejan un rastro de espuma. Al irme acercando, vi unos bultos pequeños y blancos que bordeaban toda la costa. Escarbé en la nieve, de una manera compulsiva, para ver que era aquello, y el corazón se me hizo pedazos cuando comprobé que eran palomas muertas... ¡Dios mío, palomas muertas al borde del mar ¡Algo muy grave debe de estar sucediendo -pensé-, y yo…, yo solamente soy una loca que no tiene edad, y a la que no toma nadie en cuenta…

Me quedé prácticamente de hielo: entre el frío, la nieve y lo que acababa de encontrar no era para menos... Como no sabía que hacer empecé a llorar, y lloré, lloré..., y lloré.

Lloré tanto que, no se lo van a creer, pero la nieve de la playa se fundió, y pude enterrar en la arena a todas las palomas muertas que encontré. Me sentí mucho mejor después de esto, y, metiendo la mano en uno de mis bolsillos, saqué el mensaje que llevaba preparado para lanzar al mar, y lo leí en voz alta, antes de dejarlo entre las olas.Era un ruego sencillo, como un susurro, casi como una oración.

Decía así:POR FAVOR MAR, HAZ QUE EL HOMBRE DE LAS CARACOLAS VUELVA.Esta mañana, lloré al lanzar mi mensaje al mar, pero eso solamente lo sabemos el mar y yo, y ahora también ustedes...


Autora: Lola Bertrand

lunes, 21 de julio de 2008

Bahía


La plata de un espejo inmaculado, límpido crisol de la mañana, saludó el alba vestida con la bruma de un calmo amanecer.



Autor: Manuel Cubero, Cádiz

domingo, 20 de julio de 2008

Mujer río




Ancho,


profundo,


arrastrando vena gorda de magias y duelos,


ilusiones líquidas en tránsito anegado.


Fluye suave,


claro,


transparente,


dejando ver el fondo verde y ácido del tiempo.


Agua vida errada en caminos fieles,


éxtasis inútiles


sumergidos entre distancias y sombras.


Húmedo,


enfermo de candores,


diluido,


frío.


Es arroyo sin rumbo,


latigazo de vértices y valles


florecido en lirios blancos


arrastrando olas,


remolinos,


rostros.


Río mujer,


cuajado en surcos secos engendrando amores.



Autora: Carmen Amaralis

Y, sin embargo, el Mar


De tierra adentro.
Sí.
Y sin embargo el Mar…

El Mar y su sonido:
esta queja constante,
este oleaje esteril,
este ir y venir
con ruidos coralinos
-sangre cristalizada
guijarros carmesíes
sargazos que palpitan
sobre el zafral baldío
que nadie segará-.

(El Segador persigue
un canto de sirenas
anual, inconstante
en sus abismos propios).

De tierra adentro.
Sí.
y sin embargo el Mar…

El Mar y su pelea
en la que se desgarra
sus refajos de espuma
traspasando los bordes
de los acantilados
altivos, displicentes
donde anida la noche
con un conmovedor
piar de alcaravanes
sin una voz rompiente
que les arrulle el miedo.

De tierra adentro.
Sí.
y sin embargo el Mar…

Y en el Mar, los recuerdos.
Y en el Mar aquel día…
Y en el Mar aquel año…
Y en el Mar el olvido.
Y en el Mar… En el Mar…
Autora: Gaviola
En CasaMora, en un 20 de Diciembre de 2007.

Novia acuática


Es algo tarde, pero no demasiado. Levanto los ojos de esas líneas que
quedan atrapadas entre dos rectángulos verticales. Nunca me gustaron
los libros de tapa dura. En este caso, leo a un amigo. El sonido que
acompaña mi lectura juega entre las ramas de los árboles y el coqueteo
de la chiquillería con el agua. Y no es tarde porque todavía me queda
algo de lectura. Y vuelvo a levantar los ojos.

Segundos más tarde me hallaba sumergido esperando que el tiempo se
detuviera. Ella se había despojado de la parte superior de su bikini y
mostraba una cinta roja en el pelo.

Sin embargo, ahora sí es tarde. Ella no se lanzó a salvarme. Le dió
vergüenza enseñar sus pechos. Me he tornado pez esperando la
evolución a pez(ón) tatuado sobre una nueva novia acuática.

Nin@delapuerta
www.ferandortega.com

Al rojo negro



Rojo vivo se me volvió el silencio,

cuando una sombra oscura se adueñó del mar...

Desde la Torre de Hércules

se puede divisar el llanto de los peces.

Hay tanta miseria pegada en el salitre de las olas

¿Por qué la arena aborta huevos negros?

La quilla de metal,

hirió la espuma;

una ensalada de algas y petróleo

es el plato del día…

Qué triste está la mar sin sus azules,

qué tristes las bahías y las playas,

las alas de alquitrán de las gaviotas … qué tristes.

(Agonizan mis ojos de futuro

entre la sal de tus horas negras)


Autora: Lola Bertrand
borrador

Ausencia


El mar,
la más preferida de todas mis aguas,
hace extraña su ausencia
en un espejismo implacable
conjugado gota a gota en el presente.


Aliento líquido
para la imagen herida en los azules,
soledad y mito que nos separan,
pasión
que me sumerge en el lecho audaz de sus mareas
hasta saciar la sed innata de los veranos.


El mar:
agua para mis raíces,
acentos para el recuerdo de las orillas.


Autor: Pilar Moreno Wallace

sábado, 19 de julio de 2008

Adiós

... Y aquella tarde de noviembre,
sin más,
las olas fueron a la huelga,
y el mar
se despidió de todos.


Autor: Luís A.

Memoria del mar





No se movía el viento, eran las olas


las que tenían vida propia.



Era la arena blanca, blanca y suave como el polen,


que acariciaba mis tobillos,


como trémulos dedos de un amante,


con la suavidad, con el dulce cuidado de la manos de madre


sobre el cabello del recién nacido.



Era la brisa que abrazaba mi carne,


que hacía la piel suya, tal que un enamorado sumido en celosías,


para guardar así sus predios


lejos de tentaciones ajenas a su instinto, para evitar miradas,


para que ni siquiera mi pensamiento


rozara aquello que siempre ha poseído.



Eran tus aguas las que exploraban los rincones ocultos,


no perdidos, casi siempre ignorados de mi cuerpo.


Luego, mostrarlos igual que hogares tibios


que precisan de amantes y consuelos,


de refugios donde albergar sus íntimos deseos,


sus secretos, los conocidos y nunca confesados.



Era tu mar, mi mar, aquel que no movía el viento,


aquel en que las olas tenían vida propia.

Autor: Luis A.